El
Sol se ha puesto, llega la noche y con ella las pesadillas, este inefable
trastorno del sueño que atormenta mi ser con visiones macabras del pasado. Hace
tanto tiempo que me persiguen y el esperar su llegada cada noche se ha vuelto
parte de mi insana rutina. El día transcurre lento y enfermizo, me aferro a la luz
como un agónico a la vida, sin embargo es inevitable, sé que regresarán.
Espero
su arribo con inusitada impaciencia, la reclusión en este sanatorio ha
conseguido revelar mi faceta masoquista, esta noche será distinta. Por fin, la
figura encapuchada cruza el umbral de mi celda, se acerca con pasos que hielan
mi sangre y trastornan mis sentidos. Pienso en ti mi amor y el recuerdo de tu
mirada me brinda la fuerza para enfrentar al espectro. El vidrio de mi ventana
se quiebra y arremeto contra aquella sombra en medio de un frenesí demencial,
la sangre hace que mi visión se torne escarlata y lo disfruto, hasta que de
entre el diluvio carmesí surge el lánguido brillo de tus ojos y se extingue
lentamente.
¿Qué
he hecho? ¿No era todo parte de un sueño lúcido? El terror que me invade no es
ficticio, escucho mis gritos desgarradores resonar en toda la habitación y
despierto. A mí alrededor aparecen de nuevo los guardias, me aprisiona la
camisa de fuerza y regreso al artificial letargo que proporciona la morfina.
Las
pesadillas son tan reales como la vida misma...
Leunamägo